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Nuestra Señora de Guadalupe: historia de las apariciones


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12/12/2016

PRUEBAS INDIGENAS DE LAS APARICIONES

Visión de San Juan en Patmos, Tenochtitlán. La primera es la relación de Antonio Valeriano conocida con el título de Nicam mopohua, escrita en lengua náhuatl entre 1558 y 1570. Valeriano tenía unos 15 años de edad en 1531. Fue primero alumno y después maestro y rector del célebre Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco. Los datos que aquí constan sobre las apariciones están tomados de este testimonio. El padre Ángel María Garibay afirmaba que Valeriano no había escrito él solo esa relación, sino que fue compuesta por un grupo de indígenas del que formó parte este cronista. Decía Garibay que se descubrían ahí varios estilos y no uno solo. Si así fuera, tendría todavía más autoridad histórica la exposición de su contenido. Esa relación ha sido considerada como el Evangelio de las Apariciones. La mayor parte de los datos que contiene coinciden con los que se hallan en los otros documentos contemporáneos y con los que más tarde dieron los testigos de las Informaciones de 1556, 1666 y 1723. Hay también once anales y dos mapas. Todos ellos proceden del siglo XVI. Los Anales de Tlaxcala dicen: “1510 (debe decir 1531), Año Pedernal. Fue cuando vino Presidente nuevo a gobernar en México; también en este año se dignó aparecer nuestra amada Madre de Hualalope; se dignó aparecerle a un indito de nombre Juan Diego”. El subgrupo de Anales Catedral, noticias curiosas, Bartolache, dice así: ” Técpatl. 1548: murió Juan Diego a quien se apareció la Señora de Guadalupe en México. Granizó en el Iztactepetl”. Lo mismo dicen los Anales de Chimalpáin y de Juan Bautista y los que poseyó el padre Baltazar González, SJ. En el mapa que fue de Fernando de Alva Ixtlilxóchitl estaba figurada la aparición de Nuestra Señora de Guadalupe. El otro mapa, que poseyó Boturini, ahora perdido, también tenía alguna información guadalupana. El Testamento de Cuautitlán de 1559 dice- “A los pocos días después, mediante este joven (Juan Diego, que menciona antes) se verificó una cosa prodigiosa allá en Tepeyácac, pues en él se descubrió y apareció la hermosa Señora Nuestra, Santa María, la que nos pertenece a nosotros los de esta ciudad de Cuautitlán”. Además de todos estos documentos citados, existen los cantares y coloquios de los mismos indígenas en los que se hacen no pocas alusiones a Nuestra Señora de Guadalupe.

PRUEBAS ESPAÑOLAS DE LAS APARICIONES

La primera es el testimonio del obispo fray Juan de Zumárraga. Existen dos constancias de que este prelado escribió, tanto en México como en España, una declaración autorizada sobre el milagro de la imagen y sobre las apariciones al indio Juan Diego. El padre Miguel Sánchez (primero que difundió la relación de Valeriano) se basó en la palabra del licenciado Bartolomé García y del deán Alonso Muñoz de la Torre para afirmar que el arzobispo de México, fray García de Mendoza, por el año 1601 tuvo en su poder los autos y el proceso de Zumárraga sobre las apariciones. Esos documentos debieron ser los que dejó el primer obispo de México cuando viajó a España en 1532. El padre franciscano Pedro de Mezquia aseguró haber visto y leído una relación semejante en el convento de Victoria, en España, pero después declaró no haberla encontrado al intentar llevar una copia a México, acaso porque se hubiera perdido en el incendio que destruyó el archivo de ese convento. Aunque físicamente no se tienen todavía las copias. de esas dos relaciones de Zumárraga, sí consta que las escribió con el fin de dar a conocer los hechos que relatan. Los historiadores guadalupanos confían en dar con ellas en algún archivo conventual de España o de México. En las Informaciones de 1556, tomadas después del sermón antiguadalupano del padre Bustamente, se hallan no pocos testimonios de españoles que confirman expresamente la tradición substancial de las apariciones y de la devoción consiguiente a la Guadalupana. Otro testimonio, aunque más general, es el de Bernal Díaz del Castillo en su Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España. En los capítulos 150 y 210 se ocupa del tema; en éste dice: “Y miren las santas iglesias catedrales… y la santa iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe, que está en lo de Tepeaquilla (Tepeyácac) … y miren los santos milagros que hace cada día’. En 1570 el capellán de la ermita Montúfar, padre Antonio Freyre, dijo en un informe” que la ermita de Nuestra Señora de Guadalupe Tepeaca está a media legua de dicha ciudad (México) hacia el norte, la cual puede haber catorce años que fundó y edificó el Ilmo. Arzobispo con las limosnas que dieron los fieles. Noticias semejantes constan en escritos de fray, Diego de Santa María y del virrey Martín Enríquez de Almanza.

Juan Diego y las apariciones del Tepeyac

Después de la conquista espiritual que se inició en la Conquista y continuó en la Colonia, aparecieron pronto las primeras familias indígenas cristianas en las cercanías de la ciudad de la Nueva España. Juan Diego pertenecía a una de estas familias y nació en Tolpetlac, aldea al norte de la Villa de Guadalupe en 1548.

Su nombre indígena era Cuauhtlatóhuac, “el que habla como águila”. Su oficio era la manufactura de petates que vendía en Tlatelolco.

Según la leyenda, a los 53 años de edad tuvo la aparición milagrosa que daría inicio a la adoración de la Virgen de Guadalupe en México. La historia fue así: Juan Diego vivía con su mujer y su tío Juan Bernardino en Tulpetac, lugar donde no había iglesias por lo cual tenían que ir a misa hasta Santa Cruz de Tlatelolco.

El sábado 9 de diciembre de 1531 Juan Diego se encaminaba hacia ahí y al pasar por el cerro del Tepeyac oyó un canto que no era de esta tierra. Se detuvo a gozar de él y cuando miró arriba vio un sol resplandesciente y enmedio a una señora en actitud de oración, él fue a saludarla y ella le dijo que era su deseo que le labrase un templo en ese llano y le encomendó también que le comunicara ese deseo al señor obispo.

El obispo no lo tomó en serio y le pidió que volviese otra vez al lugar a ver si sus ojos no lo habían traicionado. Regresó desconsolado Juan Diego y la Santísima Virgen se le apareció otra vez para decirle que volviera el domingo a ver al señor obispo. Así lo hizo Juan Diego, pero el obispo le pidió una señal comprobatoria de la voluntad de la Virgen. La señora se le apareció de nuevo y le pidió que volviera al día siguiente.

El lunes, día de la cita, se enfermó de cuidado el tío Juan Bernardino y hasta el martes pudo salir Juan Diego que se dirigió la ciudad a buscar a un sacedote para que le administarara los últimos sacramentos. Iba por ahi, ese día 12 de diciembre, cuando al pasar de nuevo por el Tepeyac se le volvió a parecer la Virgen y le preguntó qué le pasaba. El le contó lo de la enfermedad de su tío y ella le dijo que no se preocupara porque su tío ya estaba sano, después le pidió que subiera al cerro a recoger unas flores.

Fue Juan Diego y en efecto encontró muy bellas rosas de las que no era temporada y que nunca se habían dado allí. Ya con ellas en su ayate, la Santísma Virgen dijo que las llevara donde el señor obispo pero que no desplegase su ayate ni lo mostrara a nadie más. Así lo hizo Juan Diego.

Después de conseguir entrar en el obispado, le dijo a Zumárraga, el obispo, que ahí le llevaba la prueba que le había pedido. En ese momento soltó su ayate y apareció en él pintada como por los ángeles, la imagen de la Virgen de Guadalupe.

Juan Diego ha sido propuesto como santo a la iglesia católica y durante mucho tiempo su templo fue venerado por los indígenas. La leyenda al pie de la estatua con su imagen que se encuentra en la plaza de la Basílica dice lo siguiente: “Personificación de nuestro pueblo, a quien la excelsa Madre de Dios tituló: hijo predilecto de su corazón y le mandó pedir al obispo un templo donde mostrar su misericordia. Al entregar las flores recibidas como señal, apareció estampada en su tilma la maravillosa imagen de la Virgen de Guadalupe, el 12 de diciembre de 1531, año metlactli omey actal, 13 caña, fecha inmortal para todos los mexicanos.”

 

 
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