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Fuente: Nuevo Enfoque 19/09/07

 

Mitos peligrosos sobre agrocombustibles  
Eric Holt-Giménez
Traducido por Georgina Catacora V.
Tomado de Ecoportal


Los defensores de los agrocombustibles nos aseguran que debido a que los cultivos son renovables, entonces ambientalmente amigables, reducirán el calentamiento global y promoverán el desarrollo rural. Pero el tremendo poder de mercado de las corporaciones globales de agrocombustibles, junto con la débil voluntad política de los gobiernos en regular sus actividades, es la receta para un desastre ambiental e incremento del hambre en el Sur.

Los biocombustibles evocan una abundancia renovable que permite a la industria, políticos, Banco Mundial, Naciones Unidas e incluso al Panel Intergubernamental del Cambio Climático, presentar a los combustibles producidos a partir del maíz, caña de azúcar, soya y otros cultivos como una suave transición de una economía basada en el petróleo hacia los combustibles renovables.

Los mitos sobre la abundancia son una cortina de humo hacia los poderosos intereses económicos beneficiarios de esta transición, evitando la discusión sobre la factura que los ciudadanos del Sur pagan para mantener el estilo de vida consumista del Norte.

El boom de los agrocombustibles

Los países industrializados han dado lugar a un "boom de agrocombustibles" a través de la proclamación de ambiciosas metas sobre combustibles renovables. Los combustibles renovables deberán proveer el 5,75% del combustible para transporte de Europa hasta el 2010; y el 10% hasta el 2020.

El objetivo de los Estados Unidos es alcanzar los 35 billones de galones por año (aproximadamente 132 billones de litros por año). Estas metas sobrepasan significativamente la capacidad agrícola del Norte industrializado. Bajo este contexto, Europa requeriría destinar 70% de sus tierras agrícolas a la producción de cultivos para la producción de agrocombustibles.

Toda la cosecha de maíz y soya de los Estados Unidos necesitaría ser procesada como etanol y biodiesel. Los países del Norte esperan que los países del Sur satisfagan sus requerimientos de combustibles, y sus gobiernos parecen estar ansiosos por obedecer. Indonesia y Malasia están deforestando aceleradamente sus bosques para expandir las plantaciones de palma aceitera destinadas a suplir el 20% del mercado de biodiesel de la Unión Europea.

En Brasil –donde los cultivos destinados a la producción de agrocombustibles ya ocupan una superficie similar a juntar los Países Bajos, Bélgica, Luxemburgo y Gran Bretaña– el gobierno está planeando quintuplicar la extensión dedicada a la producción de caña de azúcar con el fin de reemplazar el 10% de la gasolina del mundo hasta el 2025.

La rápida capitalización y concentración del poder dentro de la industria de los agro-combustibles es asombrosa. Del 2004 al 2007, el capital invertido en agrocombustibles se ha incrementado ocho veces. La inversión privada está invadiendo las instituciones públicas de investigación, como evidencia está el medio billón de dólares que la compañía British Petroleum (BP) otorgó a la Universidad de California.

En una abierto desafío a las leyes nacionales antimonopolio, gigantes corporaciones de petróleo, granos, vehículos e ingeniería genética están formando poderosas alianzas: Chevron y Volkswagen; DuPont y Toyota. Estas corporaciones están consolidando la investigación, producción, procesamiento y canales de distribución de nuestros alimentos y sistemas de provisión de combustibles bajo un colosal techo industrial.

Analicemos los mitos que alimentan este boom de los agrocombustibles antes que sea demasiado tarde. En esta edición, abordamos uno de los más importantes:

Mito: Los agro-combustibles son limpios y "verdes"

Se nos ha dicho que, la fotosíntesis de los cultivos para agrocombustibles remueven los gases de efecto invernadero de la atmósfera y pueden reducir el consumo de combustibles fósiles, por tanto se ha concluído que son “verdes".

Sin embargo, cuando el ciclo de vida completo de los agrocombustibles es considerado –desde la adecuación y preparación de la tierra hasta el consumo vehicular– el moderado ahorro en las emisiones de gases efecto invernadero son sobrepasadas ampliamente por una emisión mucho mayor originada en la deforestación, quema, drenaje de turba, cultivo, y pérdida de carbón del suelo. Cada tonelada de palma aceitera producida resulta en 33 toneladas de emisión de dióxido de carbono, 10 veces más que el petróleo.

Los bosques tropicales reemplazados por caña de azúcar para la producción de etanol emiten 50% más gases de efecto invernadero que la producción y uso de cantidades similares de gasolina.

Con relación al balance global de carbón, Doug Parr, científico inglés en Greenpeace menciona categóricamente: "Incluso si cinco por ciento de los biocombustibles son generados de la destrucción de los existentes antiguos bosques, se pierde toda la ganancia de carbón".

Otros efectos de algunos cultivos

Los agrocombustibles industriales requieren amplias aplicaciones de fertilizantes petroquímicos, cuyo uso global actualmente es de 45 millones de toneladas por año –más que el doble de la disponibilidad biológica de nitrógeno mundial– lo que contribuye intensamente a la emisión de óxido nitroso, un gas de efecto invernadero 300 veces más potente que el dióxido de carbono (CO2).

En los trópicos –tierras potencialmente utilizables para estos cultivos– los fertilizantes químicos tienen 10 a 100 veces más impacto en el calentamiento global en comparación con las aplicaciones en suelos de climas templados.

La producción de un litro de etanol requiere tres a cinco litros de agua de riego y genera hasta 13 litros de aguas de desecho. Requiere una energía equivalente a 113 litros de gas natural para tratar dichos desechos, incrementando sus requerimientos sucesivamente de forma tal que simplemente será liberado en el ambiente y contaminará las corrientes de agua, ríos y aguas subterráneas.

El cultivo intensivo de cultivos para agrocombustibles también conducirá a altos niveles de erosión, particularmente en la producción de soya, que es de 6.5 toneladas por hectárea en los Estados Unidos y hasta de 12 toneladas por hectárea en Brasil y Argentina.

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