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Rubén Pistilli, héroe de Malvinas


24/04/2013
Si bien se han hecho varias entrevistas y archivado a modo de testimonio documental, debía ser puesto por escrito para que forme parte de la historia de nuestro pueblo...

Es apasionante oírlo narrar vívidamente su experiencia como excombatiente en el conflicto armado que Argentina sostuvo con Gran Bretaña en las Islas Malvinas como campo de batalla en la guerra de 1982. Su relato es preciso y sólo en pocas ocasiones no recuerda algunos ínfimos detalles. La entrevista fue realizada en su hogar en presencia de su esposa la tarde del 21 de marzo de este año, en vísperas de un nuevo aniversario de aquellos fatídicos días, el número 31; estos son los años transcurridos desde entonces. Luego me enteraría que a diario vive los recuerdos de su pasado como soldado… no hay un día en que durante la jornada no piense un momento en ello. Fuera de su confesión no hay nada exterior que me lo indique. Su habla es lógica y bien desarrollado el relato, su semblante calmo, su voz apacible y de genio agradable. Atinadamente puede afirmarse que es un hombre común, de familia y trabajador, sin sospechar los horrores que vivió en la guerra. Felizmente en la lucha diaria supera aquellos traumáticos días, contenido principalmente por el amor que le prodiga su familia –según me lo refiere Silvana su esposa, la cual afirma que es la clave- encuentra el respaldo necesario para cada día dejar un poco más distanciado el pasado que aun así siempre estará, pues como él mismo reconoce hay un antes y un después. Se siente muy agradecido por esto, por el reconocimiento brindado por la comunidad donde vive y el apoyo dispensado por el Centro de Ex Soldados Combatientes en Malvinas de Rosario.

Rubén es nativo de Zavalla, hijo de doña Teresa Filoni y don Carlos Pistilli, de clase 62 y tiene una hermana menor de nombre Inés. Cursó la primaria en la escuela “del Parque” (Escuela Nacional Nº 371 Joaquina de Soage). Tuvo una infancia y adolescencia como la de todos; la escuela, encuentros con sus amigos, “la barra”, salidas y asados de por medio y un crecer despreocupado. Entre sus amigos y compañeros de tardes y noches estaban Rubén “Rana” Varela, Omar “Pichi” Grassetti, David Pereyra, Luis “Osito” Bonapasta, Rubén Petrochi, Gerardo Lattuada, Manuel “Tati” Bulgubure, Mario Bonamico y otros tantos con los cuales sigue sosteniendo una sincera amistad. Con Silvana Neri comenzaron un noviazgo tan de adolescentes que hoy les cuesta determinar exactamente cuándo comenzó.

Llegó el tiempo de cumplir con sus deberes cívicos y no tuvo suerte en el sorteo: Nº 966; de cabeza a la “colimba”, como se llamaba vulgarmente al servicio militar obligatorio. Anualmente todos los jóvenes por entonces de 18 años abrigaban la esperanza de tener la fortuna de que sus últimos dos números del documento tuvieran la suerte de resultar favorecidos en el sorteo con un número bajo pues eso significaba “salvarse”, ya que ese era el método que determinaba cuantos “ciudadanos” de la clase (es decir nacidos en el mismo año) debían incorporarse como soldados, pues según la cantidad de jóvenes disponibles y según la necesidad, de tal o cual número hacia adelante era incorporado mientras que el resto quedaba desobligado (me pereció válida esta aclaración para los lectores de las nuevas generaciones que no conocieron este habitual sistema del ejército de aquellos años).

Así las cosas y con 19 años de edad en agosto de 1981 fue incorporado al Batallón CIFIN en la ciudad de La Plata donde compartió dos meses con Miguel el “Sapo” Ávila, vecino de nuestra localidad. Durante todo ese tiempo la disciplina militar fue rigurosa y luego los soldados fueron divididos en cinco grandes grupos para ser distribuidos a diferentes batallones en el país. Rubén fue derivado a la ciudad de Bahía Blanca, en el Batallón de Infantería Nº 2, a más de 800 km de su familia, sus amigos, su novia y su querido pueblo. Fue recién para enero de 1982 que tiene una licencia de suficientes días como para volver a sus pagos a visitar a los suyos, pues anteriormente los días de franco recibidos eran pocos para realizar el viaje, disfrutar de su familia y volver a tiempo. Para fines de ese mes regresa al batallón donde continúa las prácticas de tiro, simulacros de combate, campamentos y simulacros de desembarcos en la Península de Valdés.

A mediados del mes de marzo los soldados comenzaban a notar algunos tratos y charlas por parte de los jefes a cargo que les llamaba la atención. Parecía como que comenzaba una preparación psicológica, quizá por el clima de tensión que se vivía entre ambos países en relación al conflicto por la soberanía de Malvinas. El estar preparados para una eventual contienda era la premisa y esto hacía pensar a los jóvenes, aunque aquello no les hacía presagiar una eminente guerra; para ellos eran una clase más de soldados que estaban cumpliendo con su deber con la patria y que al igual que el resto de quienes le antecedieron ya habría de pasar el mal trago y sólo ser una anécdota más para contar como la que tenían todos los que hicieron la colimba. Pero esto no fue así. Como para el día 26 de marzo se presentaron en formación en Plaza de Armas como habitualmente todos los días lo hacían para saludar la bandera, pero en esta ocasión lo hicieron con el equipo completo de ropa de combate y al día siguiente –el 27- cambiaron las municiones (balas) de fogueo por las de plomo. Esto era parte de una estrategia para estar preparados las 24 hs para un posible e inmediato embarque en cualquier momento. Comenzaron a haber rumores y sospechas de que se avecinaban grandes acontecimientos, pero ¿cúales?

El día 28 recibieron la orden de embarcar, todo el Batallón de Infantería Nº 2 y el Regimiento 25 de Ejército a cargo del Teniente Coronel Mohamed Alí Seineldín, abordaron el Buque de Desembarco Cabo San Antonio en la base naval Puerto Belgrano ubicado a 30 kilómetros de Bahía Blanca ante el asombro de quienes veían una carga nada convencional: camiones Unimog, Jeep y mucho armamento de todo tipo. Todo era sorprendente pues nunca habían salido con tanto cargamento, con municiones verdaderas y con tanto abrigo. La velocidad con que sucedían las cosas y los hechos, sumados al hermetismo de la operación, llenaba a los soldados de inquietudes. A pesar de esto se hablaba poco del tema y como a la hora del mediodía zarparon junto con el destructor Hércules y otros buques mientras la banda de músicos los despidió del puerto.

Sólo los máximos comandantes eran quienes conocían la misión que se llamó “Operación Rosario” encargada del desembarco. Estas fueron la primera de las Fuerzas Armadas argentinas en participar de la guerra de Malvinas. Al tercer día el viaje se tornó tortuoso a causa del oleaje y un temporal que le tocó atravesar a la altura del Estrecho de Magallanes comenzó a descomponer a los tripulantes por el continuo vaivén del buque que iba recargado con los vehículos anfibios en la bodega, más los camiones y camionetas en la cubierta.

Los cuerpos no podían contener alimentos a causa de las náuseas provocadas por el mareo. El zarandeo continuo les hacía devolver, por lo que en esos días fue imposible alimentarse correctamente. Por entonces estaban a poco más de 500 kilómetros de las islas. Luego de un par de días en el mar llegó la novedad: el destino sería Malvinas. El 1º de abril al caer la tarde el por entonces Contraalmirante Carlos Büsser (fallecido hace unos meses) anuncia un comunicado por altavoz. Después de explicar la situación de la usurpación inglesa los entera de que tomaran por asalto el lugar tratando de evitar muertes innecesarias y que después de 149 años estaban camino a la recuperación de las Islas Malvinas. Luego cada jefe habla con su grupo y los soldados comienzan a recibir las instrucciones necesarias. Esa noche fue difícil para todos, debían soportar una noticia que costaba asimilar: iban a donde estaban apostados militares profesionales a quienes había que hacerles frente y que los estaban esperando, además se había hablado de posibilidades de muerte. Rubén no recuerda con claridad si durmieron; supone que no.

Cinco en total fueron los días en el océano hasta llegar a las inmediaciones de las islas, los últimos tramos sin luz y navegando sin motores en la madrugada del día 2 de abril. Muy de madrugada comenzó a sonar una sirena que indicaba que debía comenzar la actividad programada. Luego de un desayuno, por el altavoz comenzaron a llamar por grupos, estos se aprontaron a abordar cada Vao (vehículo anfibio oruga, que le permite desplazarse por mar y por tierra) correspondiente.

Estando el Buque Cabo San Antonio a unos 600 o 700 metros de la costa según el parecer del entrevistado y cuando aún no había amanecido, los anfibios comenzaron a lanzarse al mar por las compuertas abiertas de la nave y comenzaron la marcha rumbo a la isla. Según las crónicas esto aconteció alrededor de las 6 de la mañana. Eran una fila de más de una docena y Rubén era tripulante de más o menos el quinto vehículo e iba armado con un Fal (fusil automático liviano). Al llegar a la costa se apagaron las turbinas y al tocar tierra los motores accionaron las orugas que comenzaron a transitar un sendero rocoso –siempre en filas y en anfibio- que ahora al salir del mar podían observar el exterior pues la coraza del techo había sido retirada. Rubén era uno de los cuatro que estaban apostados como vigías armados en las esquinas del vehículo y sobresaliendo de él, observando el entorno y el avance de la caravana. De esta manera llegaron al aeropuerto de Puerto Argentino a las 7,00 hs donde lo tomaron sin demasiada dificultad. La pista de aterrizaje estaba totalmente obstruida por maquinarias, vehículos volcados y tambores para impedir el ingreso aéreo pues los ingleses estaban informados del inminente asalto. La noche anterior se alertó a los isleños mediante la radio de Puerto Argentino sobre la posibilidad de un desembarco argentino durante esa misma noche o al día siguiente y hasta se oyó la palabra del propio gobernador que transmitía este mensaje confirmando esta presunción. Un grupo comenzó a participar de la tarea de despejar la pista para permitir el aterrizaje de la aviación argentina mientras otros patrullaban; con la situación controlada queda allí un contingente a cargo del lugar y parten a la ciudad de Puerto Argentino; todo transcurrió muy rápido, eran las 7,30 hs.

En el trayecto comienzan a ver surcar por el cielo aún oscuro ráfagas de fuego en dirección a donde habían desembarcado recientemente, con lo que claramente discernieron que los ingleses ya estaban anoticiados de las operaciones argentinas en la isla. Al llegar a unos doscientos metros de la ciudad se encontraron con ráfagas de morteros y ametralladoras desde la trinchera que el enemigo había armado al ingreso de la zona urbanizada; por entonces estaba amaneciendo. Ante esta ofensiva el anfibio que encabezaba la marcha frena y detrás el resto hace lo propio y pronto están nuestros soldados buscando una posición para cubrirse del mortal tiroteo; era una realidad: comenzaba una guerra y ellos estaban participando de ella. El terreno rocoso facilito él encontrar un pronto refugio y Rubén se parapetó detrás de una piedra, muy cerca sus compañeros de batallón que ocupaban una posición según recordaban el entrenamiento recibido hicieron lo mismo e iniciaron una formación en forma de medialuna, mientras las balas impactaban de continuo todo en derredor. Es entonces cuando reciben la orden de abrir fuego y Rubén obedece al igual que el resto; jóvenes e inexpertos muchachos de la noche a la mañana se encontraban enfrentando a hombres capacitados profesionalmente para ello: los Royal Marines (infantes de marina)

Frente al ingreso a la ciudad desde una casa y desde un segundo piso por la ventana podía observarse las ráfagas de una ametralladora que arrojaba proyectiles a diestra y siniestra. Se preparó un cañón 105 mm junto a Rubén y luego de dos detonaciones fallidas en la tercera dieron en el blanco acallando la ametralladora. Mientras esto sucedía desde otro sector de la ciudad otro grupo de argentinos también sostenía un duro enfrentamiento con la resistencia de ese sector; era el grupo de Buzos Tácticos que tenían la misión de tomar la Casa de Gobierno. Ante la superioridad del ejército argentino los ingleses comenzaron a retroceder y algunos intentaron huir, pero ante la rendición del grupo luego se entregaron, eran unos 80 a 90 ingleses (la resistencia armada de la isla estaba constituida por 68 Infantes de Marina del Destacamento de la Marina Real Nº 8901, más algunos irregulares voluntarios pertenecientes a la población local).

Los soldados argentinos fueron reunidos por grupos y se dieron a la tarea de recorrer y patrullar la ciudad, durante este acontecimiento Rubén ve a la distancia el momento en que era arriado el pabellón inglés para ser remplazado por el argentino. La ciudad ya estaba tomada y bajo control del ejército nacional.

Eran muchas emociones para un solo día; los soldados estaban shockeados y muy nerviosos. Esa noche durmieron en un galpón de la ciudad mientras por turnos de hacían guardias por las calles. El sitio estaba desolado. Tiempo antes ante el fuerte rumor del desembarco muchos habitantes se habían trasladado a la zona rural, algunos a las estancias del lugar y quienes habían quedado no daban señales de habitar el domicilio. Luego se normalizó bastante la actividad en la isla, hasta el 1º de mayo cuando llegaron los ingleses y se produjo una fuerte contienda; la población estimada por entonces era de 1.500 habitantes.

Puesto que el cometido del Batallón de Infantería Nº 2 (encargado de hacer posesión del lugar) se había llevado a cabo y llevado adelante con éxito, al día siguiente -3 de abril- recibe la orden de volver al continente, dejando las demás operaciones a los distintos batallones que estarían a cargo. Habían llegado los aviones Hércules cargados con los soldados del ejército así que Rubén junto a su grupo emprende el regreso al aeropuerto donde tomarían uno de estos aviones para ir a Río Gallegos. Estando los soldados sentados en el piso en posición esperando el momento del despegue un oficial se presenta y mantiene un dialogo con el jefe encargado de a bordo y le solicita un grupo de soldados para refuerzos ya que era fuerte el rumor de que el gobierno inglés tomaría represalias, situación que por diferentes motivos y factores los responsables de la operación habían desestimado. Esta conversación era percibida por los soldados que interiormente rogaban no fueran elegidos. Por esas cosas de la vida, tomando a Rubén como referencia el oficial dijo: “de aquí para allá, todos ustedes bájense”, lo que incluía al señalado. Era una pesadilla: 34 soldados ilusionados de volver eran transportados nuevamente a Puerto Argentino a esperar la contraofensiva inglesa, mientras efectuaban el recorrido ven pasar el avión que llevaba al resto de sus compañeros y donde podrían haber estado ellos.

Ya en la ciudad nuevamente se alojaron en otro galpón donde permanecieron unas dos semanas; este era probablemente un club que había sido abandonado y que ocuparon junto al Grupo Comando. Durante ese tiempo las actividades se limitaban a patrullar y hacer guardia. En esta rutina diaria Rubén cumple 20 años el día 17 de abril. Poco después para el 18 o 19 de ese mes llevan al grupo como refuerzo a las trincheras de un sector de la isla en una zona rocosa junto al océano y cerca de la ciudad. Fueron distribuidos de a cuatro soldados lo que se daba a llamar “Grupo Ametralladora” que lo integran una ametralladora y tres tiradores. Allí comenzaron a construir sus refugios con algunas chapas y maderas que reciclaban de algunos corrales de animales que habían quedado abandonados y levantaron una especie de choza que llamaban la cocina y a unos tres metros otra dependencia con un techo a dos aguas que era el dormitorio. Estos fueron camuflados con pasto y piedras del lugar para simular el sitio como parte del entorno. Así comenzaron a esperar tediosamente el momento de la batalla cuando arribaran los ingleses, mientras se turnaban para la guardia, vigilantes de la zona que tenían a cargo. La posición ocupada por Rubén y sus compañeros era en inmediaciones del faro (a unos 10 metros)

Cabe señalar que lo riguroso del clima sobre todo en esa época del año era muy molesto. Imperaba el viento y el frío; a esto súmesele la tremenda hambruna producto de la estricta ración diaria que consistía en un cucharón de polenta, arroz, guiso, fideos, etc, que no llenaba los requerimientos calóricos diarios lo que agudizaba aún más el frío oceánico que calaba hasta los huesos; encima los últimos días en la isla cuando eran prisioneros y muchos dormían a la intemperie cayó aguanieve. No obstante para ellos la comida -aunque magra- estaba, a unos cientos de metros se ubicaba la cocina donde se preparaban los alimentos, esta era una casa abandonada por los isleños; porque sucedió que a algunos soldados por la posición ocupada en suerte no les llegó convenientemente; sin embargo en la ciudad había en abundancia producto de las donaciones de las familias argentinas. Estas penosas circunstancias vividas en la isla forjaron un fuerte compañerismo con sus camaradas.

Finalmente llegaron los ingleses el 1º de mayo y realizaron un ataque aéreo al aeropuerto a primeras horas de la madrugada –como a las cinco-, aún de noche. Rubén estaba de guardia y desde allí podía divisar el fuego que se extendía alrededor de doscientos metros con toda claridad ya que desde el día del desembarco la ciudad no tenía luz en las noches. La detonación “hizo temblar la isla” y todos se asomaron a observar. Desde tierra los argentinos comenzaron a defenderse y cada tanto se repetía la maniobra de ataque al aeropuerto. Durante el día se veían hongos de humo y los ataques se repetían en diferentes puntos. Algunas bombas caían al agua, frente al sitio donde estaban apostados Rubén y los demás, pero no fue directamente atacado el lugar; y en varias ocasiones desde ese sitio presenciaron el derribo de aviones ingleses, los cuales algunos alcanzaron a inyectarse (sistema que expulsa al piloto fuera de la nave, luego desciende en paracaídas).

Para el día 13 de junio los ingleses estaban llegando por el otro sector y se veía el ataque a la ciudad. Frente a ellos durante las noches avistaban un lejano punto luminoso y silbante que iba cobrando mayor dimensión a medida que se acercaba y pasaba sobre el lugar para caer en la ciudad que estaba a sus espaldas. Estos proyectiles provenían desde el océano de las fragatas apostadas a unos 15 kilómetros de la costa donde todas las noches impunemente repetían la operación. Al oír el silbido y ver acercarse el luminoso punto era menester tomar cierta posición por si caía cerca. Esta consistía en estar sentado y tomarse las piernas encogiendo todo el cuerpo para que una eventual onda expansiva no los destrozara; todas las noches el mismo tormento y tortura de la incertidumbre. Vale aclarar que se carecía de toda novedad de lo que ocurría en Puerto Argentino y en el resto de la isla.

La madrugada del día 14 fue el más cruento de la contienda. Botes de goma intentaron desembarcar frente al lugar donde estaban, se veía fuego cruzado todo en derredor de la ciudad, aviones surcaban el cielo y bombardeaban, paracaidistas que se arrojaban completaban el cuadro del terror. Al amanecer reciben por radio la orden de rendirse, pero antes debían destruir todo el armamento; desarmar sus fusiles y esparcirlos en las aguas del mar. Debían bajar a la ciudad sin nada, sólo lo puesto: todo había terminado. Al regreso hallaron un galpón inmenso de unos 10 x 50 metros lleno hasta el techo de todo tipo de mercaderías variadas y acaparadas mientras ellos se sentían desfallecer del hambre. Soldados se agolpaban para poder rescatar algo y proveyéndose de unas bolsas se sirvieron mientras esperaban los siguientes sucesos satisfaciéndose el hambre con una buena alimentación tantas veces postergada.

La ciudad estaba arruinada, se veían cascos tirados en las calles y por doquier, vehículos abandonados, casas destruidas… Allí los estaban esperando los ingleses; los palparon y les dieron buen trato, aunque a otros no le fue igual. En las islas cosas tremendas sucedieron aun después de la rendición, como el caso de soldados fusilados por ingleses cuando aquellos estaban despojados de armas (considerado excesos de lesa humanidad). Otros fueron obligados a realizar tareas peligrosas como el traslado de municiones y el levantamiento de minas, donde perdió la vida un argentino y otros tres resultaron heridos.

Rubén fue conducido como prisionero junto a su grupo al aeropuerto. Los siguientes dos días durmieron en un edificio derruido sin puertas ni ventanas con temperaturas muy bajas. La llegada del buque hospital “Bahía Paraíso” que se ocupaba de los heridos aceptó llevar los 34 soldados que integraban el grupo remanente del Batallón de Infantería Nº 2 luego de una petición de un oficial. En helicópteros fueron trasladados hasta el buque que los transportó hasta el Puerto de Quilla en Santa Cruz, un lugar desolado al igual que el aeropuerto al cual fueron conducidos en camión para abordar el avión Hércules que los llevó a Bahía Blanca. Luego, fueron conducidos en camión hasta el batallón. El día 16 Rubén abandonaba las islas y el 19 llegaba al sitio de partida.

Durante el tiempo que Rubén había pasado en Malvinas seguramente muchos sentimientos afloraron y hubo personas en las cuales pensar y extrañar. Sus padres, sus amigos y su novia… esa que lo estaba esperando sin saber las últimas novedades. Fue precisamente estando en la isla cuando al sexto día le escribe una carta a su prometida proponiéndole matrimonio cuando volviera. Mucha emoción provocó cuando Silvana la recibió y la compartió con sus compañeras de trabajo en la fábrica del señor Valentini. En Zavalla no se tenían noticias y ese mismo día 19 de mayo cuando Rubén acababa de llegar al batallón, su novia recurrió a unos de los pocos teléfonos que había en el pueblo y que la familia Tacconi gentilmente le había ofrecido para comunicarse con el batallón. En ese momento se entera de que un contingente había llegado recientemente de Malvinas pero no supieron informarle si el soldado por el cual llamaba estaba entre el grupo. La matrícula del soldado Pistilli era la Nº 534245, con este dato buscaron en la lista de bajas, para ver si se hallaba entre los fallecidos, toda una agonía de este lado del teléfono; media hora duró la búsqueda y el aguadar con el tubo en el oído. Finalmente se oyó una voz: “hola Fla, ¿cómo está tu abuela?” acotó Rubén con toda naturalidad como si ignorara el infierno de donde venía.

Desde este lado hubo exclamaciones de júbilo; ¡está vivo! Y luego llantos. Después de algunas palabras y una despedida, salieron a informar la novedad y la gente del pueblo se enteró rápidamente. Llenos de entusiasmo por la buena nueva salieron a festejar por las calles en caravanas de coches que espontáneamente se sumaban, con bocinazos y gritos de alegría mientras más personas se iban enterando de la noticia; era como las 15 hs y llovía… ese mismo 19 de junio se festejó el regreso de la guerra de un hijo del pueblo. Un grupo de mujeres comenzaron a pedir una contribución casa por casa para juntar dinero que costeara el viaje para sus familiares que ardían de deseos de verlo. En tres horas se recaudó para los pasajes y la estadía de sus padres Teresa y Carlos, y de su novia Silvana que los acompañó.

Llegaron la mañana del día 20 y todo estaba muy delicado en ese momento de la dictadura militar y en pleno fracaso de la junta. Se presentaron en la guardia y puesto que ellos no podían ingresar ni él salir, les dieron una ayuda y recurrieron a una artimaña: a Rubén lo fueron a buscar en una ambulancia. El simulacro dio resultado y se pudieron encontrar a un costado de la guardia. El cuadro de lo que sigue puede imaginárselo usted. Rubén y Silvana agradecen infinitamente tal gesto de bondad por parte de todos los que contribuyeron a que pudieran vivir ese momento inolvidable.

Pasaron alrededor de dos meses hasta que le permitieron salir y prontamente viajó a su querido Zavalla en el mes de agosto. Los vecinos al enterarse corrieron apresuradamente a visitarlo a la casa de sus padres. La iglesia Católica a cargo del Padre Roberto Vitale efectuó una misa de agradecimiento y prontamente se organizó un agasajo en la comuna local siendo por entonces Presidente Comunal don José “Pepe” Ollé. Todas las instituciones del pueblo lo convocaron para celebrar y honrarlo. Por la noche una caravana de autos recorrió la localidad coreando vítores, portando banderas y tocando bocina. Encabezaba la formación un viejo Ford A que trasladaba al héroe junto a sus padres y su novia. En el bar de Mirta Bruzzechesse lo recibieron con un brindis entre amigos y vecinos, en fin; ese día fue de alegría y euforia, volvía un sobreviviente de Malvinas, hijo de este pueblo, había que festejar.

En el 2002 con motivo del bicentenario de la guerra se llevaron a cabo actos conmemorativos en Ushuaia, donde estaban invitados los ex combatientes de todo el país y Rubén viajó a aquél encuentro. En el camino en los diferentes lugares donde paraba la gente los recibía con mucho amor, sobre todo al acercarse más al sur, evidenciando un sentimiento especial en esa latitud conforme se avanza, y es lógico pensar que aquellos sureños vivieran con mucha intensidad y pasión la guerra en Malvinas por estar más cerca y consientes de aquél territorio argentino, si bien en todo el país hay un sentimiento patriótico al respecto. Luego de los actos la gente les decía “quédense un día más”. A través de los años Rubén ha recibido multitud de reconocimientos por parte del gobierno argentino, en nuestro pueblo y fuera de él. Conserva con mucho aprecio placas, medallas, impresos y presentes que destacan su participación como soldado de la patria.

En 1984 Rubén cumplió con su promesa y se casó con su prometida Silvana Neri. El tiempo traería dos hijos: Alejandro y Pablo. La pareja comparte sus días en su casa de barrio donde formaron y criaron su familia, ahora un poco más grande, pues sus hijos se han casado. Los vecinos de Zavalla les deseamos muchos años de felicidad. Por mi parte fue muy emocionante oír de su propia boca las vivencias de un ex combatiente y poder poner las palabras por escrito para compartirlas con los lectores de esta revista. ¡Muchas gracias Silvana y Rubén!

Entrevista y artículo redactado por Enzo Ollacarizqueta.

 
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